Cuento - Alejandra Armenta

 

John Locke y la travesía por la vida


Érase una vez, un 29 de agosto de 1632 en Wrington, Reino Unido, nació un pequeñín al que le pusieron por nombre John Locke. A sus padres ni por la mente les pasaba que se convertirá en un gran médico y filósofo, y con el paso del tiempo, se dieron cuenta que le gusta explorar y ver más allá sobre un humano, cómo sus pensamientos, ideas, opiniones y perspectiva que tenían sobre la vida.

Un día, camino a casa, al mirar el cielo se dio cuenta que no era tan simple y triste como la gente se refería a él, era una vista espectacular con mucho más que simples colores, se trataba de vida, reflejos, aves, nubes en diferentes formas y hasta se le ocurrieron texturas con sólo verlo.

De ahí dedujo que las ideas que aparecen en la experiencia externa son identificadas como sensaciones. Éstas se dividían en dos partes: ideas simples que son recibidas por la mente por la experiencia y las ideas complejas que se elaboran a partir de la combinación de las varias ideas simples.

Para Locke era muy importante entender a los humanos en varios aspectos y se preguntaba con frecuencia si todo lo que sabíamos ya lo traíamos desde antes de nacer, fue ahí donde comenzó a pensar sobre ello y postuló que, al nacer, la mente era una "tabula rasa" una simple pizarra en blanco. Mientras comenzaba a filosofar, sostuvo que los humanos nacen con ideas innatas y que todos los conocimientos que obtenemos se deben a las experiencias sensoriales de cada uno, cómo lo son los 5 sentidos.

Gracias a la experiencia de la vida y su manera de ver las cosas, se convirtió en una de las figuras más reconocidas, llamándole, el padre del empirismo. “Ningún conocimiento humano puede ir más allá de su experiencia.”

Continuará…

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