El día que comencé a entenderme
Corría el año 1632 cuando mis pulmones se llenaron de aire por primera vez. Poco tiempo después comencé a ver colores, a tocar toda clase de objetos, a sentir cada aroma en mi nariz y con esto sin saberlo comencé a aprender. Al principio todo era simple, con un llanto bastaba para poner alerta a todos en casa, trataban con comida, revisaban mi higiene e incluso con dulzura era acurrucado en los brazos de mi madre. El mundo era sencillo porque así se me presentaba.
No bastaron apenas unos años cuando todo pareció girar con brutalidad. Las primeras señales de cambio fue el trabajo, para ser honesto no comprendía el porqué espontáneamente tendría que hacer esfuerzo alguno para tener aquella recompensa que se me daba con aquella facilidad en el pasado. Comencé a comprender que se vivía en un mundo donde aquellos que no contribuían no eran retribuidos, que las personas debían ganar el lugar y oportunidad de pertenecer a algo. Una tarde de 1658 al recorrer las calles de la plaza de aquel pequeño, pero acogedor pueblo en el que vivía, note aquel sucio y desarreglado anciano recostado en un frío rincón. lleno de arrogancia me acerqué y sometí con aquella frase que preparé durante mi caminata a el.
-Levántese, que no piensa seguir esforzándose para ser feliz?
Dije con una sonrisa y el cuerpo agitado de los nervios.
Al escuchar esta frase aquel hombre me miró con reojo y comentó de manera tranquila.
-La felicidad es como la vida, hijo mío... cada cual la entiende de un modo. mi felicidad es no vivir apegado de nada ni nadie porque así entendí la vida, porque cada evento de mi vida me ha llevado a desapegarme las cosas materiales que nos llevan a pensamientos materialistas y egoístas, hijo mío.
Y basta ya de respuestas, que suficientes tendrás con cada experiencia y vivencia que logres acumular.
Y al exclamar estas últimas palabras volvió a callar para solo dormir
Al terminar de escuchar a ese hombre lo comprendí, no importaba lo que yo imaginara de las situaciones, mis ideas y creencias eran producto de cómo afectaban y se relacionaban con mi persona.
La única forma de llegar a la satisfacción individual era entonces comprender nuestro propio entendimiento, conocer aquello que éramos individualmente y no estaba sujeto a la interpretación ajena, siendo cualquier otra verdad ajena a esta puesta en segundo plano, aun siendo dicha verdad la vas buscada.
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